4/28/2006

10.- De chanclas por la vida


Nada más valioso en el brasileño que la falta de etiqueta en el vestir.

Uno puede bajar a la calle en bañador, chanclas y con una camisa vieja que nadie repara. Porque todos están haciendo lo mismo. Pero ve más lejos. Entra en un bar con tus chancletas que sigue dando lo mismo. Entra en un banco, en un restaurante de lujo. A nadie le importa. Hay una despreocupación general con el vestir, que incluso los snobs acaban asumiendo.

Uno podría recorrir el Brasil de punta a punta (como la ardilla de Herodoto), desde el Maranhão a Rio Grande do Sul, en havaianas que no recibiríamos ninguna mirada oblicua a nuestro paso. Al menos, no por nuestra apariencia.

Cometí al llegar de Europa la equivocación de traer conmigo mi guardarropa. Chaquetas, camisas, pantalones y zapatos quedaron meses en el armario, apolillándose junto al teléfono móvil.

Mis havaianas negras, con motivos verdes y amarillos en los laterales, han sido desde entonces mis fieles compañeras.

Me siento capacitado, como Jesucristo, a pasar por esta vida calzando apenas unas sandalias con tal de que sean brasileñas.

Son cómodas, el pie respira, y puede sentirse, como en el poema de Jorge Guillén, la curvatura del mundo al caminar.