5/07/2006

19.- "Agosto" de Rubem Fonseca


En agosto de 1954, Getulio Vargas se ve forzado a suicidarse por una concatenación de chapuzas muy made in Brazil.

Gregorio Fortunato, el ángel negro, encargado de la seguridad del presidente, decide de propia iniciativa cargarse a Carlos Lacerda, un periodista malencarado que había hecho de insultar a Vargas su sello.

El atentado, encargado a amateurs, es un desastre. Le disparan de noche, cuando entra en el portal de su casa. Pero la bala mata a un militar que le acompaña. Huyen dejando un reguero de pistas que conduzen chuscamente hasta Fortunato.

La fidelidad del perro guardián será fatal para su amo. Los militares van engrasando las pistolas y la prensa se incendia de proclamas. Queriendo defender la democracia -amenazada por asesinos como Fortunato- aquella progresía de gazeta estaba paradójicamente poniéndoselo a huevo a los milicos.

El clima golpista se puede sentir en el aire en aquellas jornadas de agosto del 54. Nadie duda que la mano de Vargas está detrás del atentado. La historia ha demostrado no. De haber nacido de él la orden habrían eliminado a Lacerda consiguiendo que pareciera un accidente.

Getulio, el perón brasileño, dictador populista reciclado a demócrata tras la guerra, tiene el orgullo de los viejos caciques sureños. No quiere abandonar el poder por la puerta trasera. Y decide entrar en la historia pegándose un tiro en pleno palacio del Catete.

Jugada maestra que retrasa 10 años los planes de los militares para establecer una dictadura en el Brasil. Y es que su muerte levanta a las masas, que de la noche a la mañana le perdonan todo y lo lloran como a un padre. De repente, los militares pasan de salvadores de la patria a asesinos. Vargas, de corrupto a martir. Y todo al módico precio de una bala.

Usando este demencial panorama como fondo, y a veces trayéndolo a primer plano por necesidades de la trama, Rubem Fonseca construye Agosto, una novela policiaca al más puro estilo clásico.

Al comisario Alberto Matos, con su úlcera sangrante, su corazón dividido entre una neurótica dama de la alta sociedad y Salete, una putilla carente que lo idolatra, tendrá que investigar el asesinato de un empresario ligado a ese poder que se tambalea, a su propio pasado (es socio del actual marido de su ex-amor) y a una siniestra red que se mueve por el mundo del jogo do bicho, una especie de lotería ilegal cuyos dueños (los bicheiros) tienen puestos a sueldo a los policías.

El suicidio de Vargas se corresponde a una especie de suicidio metafísico del comisario que rompe, asqueado, con la insitución que representa y corre hacia la muerte casi a compás con el dictador.

De fondo, ese panorama Río años 50 dónde empezaba a germinar la bossa nova y que tan bien retrató Nelson Rodrigues.

La Globo hizo una miniserie. No quedó mal. Muy fiel a los diálogos originales, a veces una mera transcripción. El propio Fonseca la bendijo.

José Maier cumple con solvencia el papel de Matos. Vera Fischer es su viejo amor de juventud. Y Debora Falabello encarna a la cocotte Salete, capaz de morir por amor junto al hombre que ama. Como en las óperas italianas que el comisario escucha en la soledad de su apartamento.

"Agosto" es la culminación del proceso que Fonseca empezó en "Os prisioneiros". El camino desde el cuento hasta la novela fue un duro aprendizaje de años. Y sólo logro recorrerlo cuando dejó de lado la originalidad, el experimentalismo y la primera persona.

Después de coquetear con el nouveau roman decidió volver a Chandler con "Agosto".

Para alegría de sus lectores.

5/06/2006

18.- Casa de areia



Rodada en los lençois maranhenses, el desierto con mayor número de oasis del mundo, -casi un oasis en forma de desierto- esta película es una de las más bellas reflexiones que se han hecho sobre el paso del tiempo.

Andrucha Waddington había dado muestras de talento en Eu, tu, eles y en un bello documental sobre las fiestas juninas. Pero con Casa de areia entra dando un portazo en el club de las grandes directores universales.

Absorbidos por Hollywood Walter Salles y Fernando Mireilles, parece que Waddinton ha recogido el testigo para llevar el cine nacional a la más alta exigencia.

Una curiosidad en Casa de areia es cómo el tiempo empuja a los personajes hasta transformarlos en Fernanda Montenegro. Al final del filme, incluso, coexisten en pantalla dos Fernandas Montenegro, haciendo de madre e hija.

Parece que el tiempo en aquel vasto desierto rodeado de océano tiene esa aspecto cruel (o cómico) de transformar a sus mujeres en Fernanda Montenegro.

Lo trágico es que la Montengro es la suegra del director (casado con Fernanda Torres) y que el paso del tiempo, dentro de su matrimonio, tendrá el mismo efecto montenegrizante.

Parece que Andrucha es consciente de que un día despertará, mirará a su lado, y verá que la Torres se ha transformado, como los personajes de la película, en Montenegro.

También es curiosa la transformación de Seu Jorge en Luiz Melodía, que hace que todo quede dentro de la MPB.

Película hermosa, borracha, llena de metáforas lunares y sublunares.

Casa de areia es sin duda la mejor película brasileña desde Estaçao central.

5/04/2006

17.- España 82. Zico, Sócrates, Falcão...




¿Qué selección brasileña ha sido la mejor de todos los tiempos? O por plantearlo de una forma menos humilde pero más ajustada: ¿Cuál ha sido el mejor equipo de la historia?

Muchos sostienen que fue aquella de México 70, capitaneada por Pelé, que ganó la tercera copa. Y al verla jugar, en partidos de archivo, uno casi se inclina a aceptarlo. Aquel Brasil jugaba de tiralíneas. Aunque sin velocidad.

Otros afirman que fue la de Suecia 62. Pelé y Garrincha deslumbraron al mundo. Otros con menos memoria, por ser más jóvenes, apuntan al tetra del 94, o incluso al penta de Korea 2002.

Para mí nunca fue tan exquisito el futbol como en las botas de la armada del 82.

De hecho, la revelación del futbol como un arte se produjo para mí en aquellos días. Yo tenía 15 años. Se jugaba la copa en España. Y mi ciudad natal, Málaga, era una de las sedes.

Aquel año Brasil no ganó. Fue eliminado por Italia, comandada por un rácano Paolo Rossi, y sostenida en el juego sucio del arrabalero Gentile, un auténtico mafioso del balón.

Aquella Italia lamentable fue la campeona. Y nos dejó una mueca amarga a los que nos asomábamos al futbol por primera vez.

Brasil no ganó. Pero nunca jugó mejor. Los arabescos que trenzaban por el campo aquellos hombres todavía encienden la fantasía colectiva. Nadie recuerda, en cambio, una sola jugada de los italianos.

Ver jugar a Zico, Socrates, Falcão, Junior, Toninho Cerezo fue un privilegio inolvidable. Nunca otro equipo consiguió acercar tanto el fútbol a un arte mayor.

Telé Santana, recientemente fallecido, fue el único técnico que siguió entrenando la selección después de perder un mundial. Y es que los brasileños eran conscientes de haber obrado durante unos instantes el milagro, la quintaesencia del fútbol.

Ha pasado el tiempo. Y todavía no he podido olvidar aquel 4-1 que le metieron a los bravos escoceses. Aquello era un equipo de once Zidanes. Todos en estado de gracia, buscando la belleza por encima del resultado. Gustándose, brillando, rozando la perfección.

Cuando vencieron a Argentina por 3 -1 parecía que estaba todo hecho. No pudo ser...

La derrota frente al catenaccio trajo consecuencias. Los brasileños entendieron que si querían ganar tenían que renunciar a sus mejores esencias.

Desde entonces una política calculista, de fútbol práctico se impuso. Y Brasil volvió a ganar. A costa de perder aquella magia. O, mejor, de administrarla.

Los que eramos unos niños entonces descubrimos el lado religioso del fútbol. Entendimos confusamente, viendo jugar aquel Brasil, que el fútbol era más que una metáfora. El fútbol no era como la vida. El fútbol era la vida.

Así lo siente, al menos, el brasileño, para quién el mundo es y será siempre una pelota.

En 1982 se quebraron muchos sueños. Pero aprendimos una importante lección.

A veces, es preferible la derrota.

16.- Pimienta malagueta


En toda mesa de bar o restaurante que se precie no faltará un buen molho de pimienta junto al salero.

Y si no, basta llamar al camarero: Garçon, me da ai uma pimentinha!

Porque es costumbre animar la comida con este diabólica fruto que ayuda a hacer la digestión en los calores del trópico.

Al principio, uno se asusta un poco. La boca arde, falta el aliento. Rápido uno se acostumbra y termina por sentir su falta.

Hay muchas variedades de pimienta populares en Brasil. La pimenta do reino es la que más se parece a nuestra pimienta negra. La de cheiro es achatada, verde o naranja, y combina bien con el arroz. La pimenta bode tiene un sabor variable y se usa en todo tipo de guisos y platos.

Pero la más popular, la más poderosa, es quizá la pimenta malagueta, roja, alargada, hermana de la guindilla, aunque de un sabor más sutil.


La malagueta se emplea a menudo en forma líquida, en populares botellines que se rocían sobre el espeto, el arroz o el caldo para encenderle la temperatura.

Es un brebaje poderoso, que debe ser respetado, y que tonifica hasta los alimentos más rancios. La malagueta nos vuelve locuaces, sensuales, nos ayuda a romper a sudar, y sentir el fuego de la tierra.

La malagueta llama a la cerveza, que ayuda a apagar sus ardores. Rubí líquido en forma de tempero.

La malagueta es puro samba en el plato.

5/03/2006

15.- Edson Celulari, en "Opera do malandro"

En 1986 Ruy Guerra adaptó al cine la pieza musical "Opera do malandro", de Chico Buarque, inspirada en "La ópera de los tres peniques" de Brecht / Weil.

Se han hecho muchas lecturas de esta ópera. Sociológicas (retrata la ascensión del contrabandista en la escala social a través del braguetazo), políticas (usa como transfondo la 2ª guerra mundial y la división entre pro aliados y linhas verdes, los getulistas simpatizantes con Hitler). Costumbristas también, ya que muestra la perversión de la figura del malandro, la tentación de dejar el mundo del crimen para entrar en las finanzas. Finalmente las poéticas, o filosóficas, como en cualquier letra de Chico que hable de desgarro, despedida, celos.

A mí me interesa la presencia del macho encarnada en el malandro (nuestro hispano rufián) Max Overseas. La revelación de la masculinidad a través de la presencia totémica de Edson Celulari, ante quien el Brando de Un tranvía llamado deseo parece una chica de conservatorio.

Le ayuda es cierto su personaje, sinvergüenza, inmoral, manipulador, con una simpatía que enamora a Margot y las demás putas del cabaret Hamburgo, del fascista Otto Struedel (pariente del dueño del bar Adolf?). Pero a pesar de que le colman de favores, y dinero, Max termina dejando atrás a las putas, con un reguero de corazones rotos, para seducir a Ludmila Struedel (Claudia Ohana en el cine, Marieta Severo en el teatro), la hija del dueño del cabaret.

Max Overseas vive con esa manía de exibición que criticaba Noel Rosa, expresándose con yes, all right, thank you, para mostrar que es un hombre de su tiempo.

Max contrabandea con marinos americanos. Es posible que su nombre lo haya encontrado en un sobre, o en un sello, ya que overseas es un tipo de correo aéreo.

Es un sinverguenza que se mueve por la noche en impecable traje blanco, cuya limpieza deja a deber,
soborna al comisario Tigrão (el afeminadísimo, sádico y envidioso Ney Latorraca) y apuesta al billar con malandros de la vieja escuela a los que menosprecia por vivir de espaldas a la modernidad representada por lo americano y expresarse con la giria del morro.

Es en resumen un crápula despreciable. Al que su masculinidad redime. No podemos sentir nada abyecto en su personaje, porque todo lo hace masculinamente. En este sentido se hermana con Robert Mitchum y John Wayne.

Edson Celulari ya no es aquel Max Overseas maravilloso de la Opera do Malandro. Ha sido fagocitado por la Globo, usado en novelas populares, y vendido al gran público como un ciudadano ejemplar, amante de la familia y las causas sociales. Lo han convertido en un fantoche políticamente correcto que anuncia jabones en televisión.

Pero nada impide a nuestra memoria ser selectiva. Preservarlo para siempre como Max Overseas, el malandro que dejó la calle y entró en los negocios.

Bendito sea Max Overseas aunque haya cambiado la navaja por la estilográfica.

5/02/2006

14.- Bar Luiz



Según el Rio-Botequim, la guía anual que analiza y evalúa con rigor los botecos (bares con sabor local) de Río de Janeiro, el Bar Luiz tiene el mejor chopp de cerveza de la ciudad. Una serpentina de 720 metros, golpeada por los empleados para que no se congele, lleva la cerveza desde los barriles hasta el grifo y la expele a una temperatura platónicamente perfecta.

También son una institución la ensalada de patatas y el roastbeef que obtienen la máxima puntuación. A los que se animen, tampoco les desagradarán la salchicha con chucrut y media pinta de cerveza negra.

Situado en la Rua do Carioca 39, cerca de la Praza Tiradentes, el Bar Luiz es una de las instituciones de la vida cultural y nocturna, que vienen a ser la misma cosa en Río de Janeiro.

Fundado en 1887 (toadavía en tiempos del imperio) por un alemán, se llamó primero Braço de Ferro y más tarde, en la misma línea, Bar Adolf. En 1945 un grupo de estudiantes, indignados con el nombrecito, se dirigieron al bar con intención de destruirlo. Andaba por allí tomando una cerveza, Ary Barroso, con su bigotillo, su delgadez, su mala leche de hombre genial y minúsculo. Enfrentó a los estudiantes y consiguió impedir la demolición. Con su elocuencia de locutor radiofónico, fue amansando a la masa, cantó las glorias del local y logró ponerlos en retirada sin que le bar sufriera ningún daño. Así, -son suposiciones mías- consiguió que le invitaran a la cerveza que estaba tomando.

Después del susto, Ary llamó al dueño, un alemán llamado Luiz, y le sugirió que cambiara el nombre del establecimiento. No estaban los tiempos para romanticismos.

La rua do Carioca es la más antigua de la ciudad, y el edificio vecino al Bar Luiz el más antiguo de la época colonial. Queda frente al Zicartola, el bar dónde se reunía la gente del samba en los 60. No muy lejos anda el Café do bom, dónde se encuentran tartas y dulces más agradables (y baratos) que los de la mítica confitería Colombo.

Por la rua do Carioca todavía es posible ver circulando los viejos malandros de aquel universo perdido del que nos hablan los primeros sambas.

Valdría la pena dedicar la vida entera a estudiar con calma el universo de los botequims cariocas. Bares antiguos, populares, humanísimos, dónde la vida planea lentamente, entre cervezas, salgadinhos, y todo tipo de delicias.

El Bar Luiz ha sabido no morir de éxito, y aunque los precios lo han vuelto un poco elitista últimamente, conserva aún entre sus muros (cubiertos de fotos de época) algo de ese alma callejera, arrastrada, que lo vuelve punto de encuentro de aquellos que hacen de pasear erráticamente por Río su arte.

Mientras los enormes ventiladores de hierro remuevan el aire y no sean sustituidos por modernos aparatos de aire acondicionado el Bar Luiz seguirá siendo un boteco y no un restaurante.

No está de más recordar el fino samba "Bares da cidade", de Joao Nogueira y Paulo César Pinheiro:

Anoiteceu
Outra vez vou sair
Sem nada a esperar
Sem ter pra onde ir
Vou caminhar por aí a cantar
Tentando acalmar as tristezas por onde eu passar
A minha vida boêmia de bar em bar
É o meu amor sem paz
Por um amor vulgar
Que me abandonou
Chorando os meus ais
Me deixando também por maldade
Saudades demais
E eu vou levando minha alma aflita
À noite a cidade é tão bonita
Do Lamas ao Capela, e da Mem de Sá
Passo no Bar Luíz
E no Amarelinho é que eu vou terminar



5/01/2006

13.- "O som sagrado" de Wilson das Neves


Estamos ante uno de los mejores discos jamás publicados, el sofisticado, poético y envolvente "O som sagrado" del ritmista carioca Wilson das Neves.

Desde la decada del 50, Wilson acompaña en la batería a los mejores interpretes de su generación, aunque quizá se le recuerde por ser el ritmista de confianza de Chico Buarque.

Wilson, que componía melodías en secreto, se atreve a mostrarle una a su amigo el gran guitarrista Raphael Rabello que enseguida se entusiasma y le pone en contacto con Paulo Cesar Pinheiro, el mayor letrista y poeta de la MPB, a años luz del sobrevalorado Vinicius.

De esta parcería nace "O som sagrado" un disco mágico dónde todo es perfecto, acabado, y cuidado al detalle.

La voz grave, negra, de Wilson, crea un clima cálido perfecto para esos sambas lánguidos y preciosistas que hipnotizan al oyente y no le salen de la cabeza una vez escuchados. Voz aspera, de crooner, mantenida en secreto hasta entonces en el solapado oficio del ritmo.

Se unen en la gravación el gran Dino 7 cordas, uno de los fundadores del grupo Epoca d´Ouro, el entonces joven y prometedor Dudu Nobre y Luiz Claudio Ramos, que ultima los arreglos.

Son 14 sambas, 13 con letra de Pinheiro y otro de Chico Buarque (Grande Hotel) que devuelve algo de lo mucho que le debe a Wilson cantando a dúo. También participa João Nogueira en el saudoso homenaje "Um samba pra Cyro Monteiro".


O samba é meu dom
Aprendi bater samba ao compasso do meu coração
De quadra, de enredo, de roda, na palma da mão
De breque, de partido alto e o samba canção...